Hoy es urgente dar un testimonio creíble de la verdad y de los valores del Evangelio.
— Papa Francisco (@Pontifex_es) enero 31, 2015
Libro de Job 7,1-4.6-7.
¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus jornadas las de un asalariado?
¿Como un esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que espera su jornal,
así me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido asignadas noches de dolor.
Al acostarme, pienso: "¿Cuándo me levantaré?". Pero la noche se hace muy larga y soy presa de la inquietud hasta la aurora.
Mis días corrieron más veloces que una lanzadera: al terminarse el hilo, llegaron a su fin.
Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la felicidad.
¿Como un esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que espera su jornal,
así me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido asignadas noches de dolor.
Al acostarme, pienso: "¿Cuándo me levantaré?". Pero la noche se hace muy larga y soy presa de la inquietud hasta la aurora.
Mis días corrieron más veloces que una lanzadera: al terminarse el hilo, llegaron a su fin.
Recuerda que mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la felicidad.
Salmo 147(146),1-2.3-4.5-6.
¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios,
qué agradable y merecida es su alabanza!
El Señor reconstruye a Jerusalén
y congrega a los dispersos de Israel.
Sana a los que están afligidos
y les venda las heridas.
Él cuenta el número de las estrellas
y llama a cada una por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su inteligencia no tiene medida.
El Señor eleva a los oprimidos
y humilla a los malvados hasta el polvo.
qué agradable y merecida es su alabanza!
El Señor reconstruye a Jerusalén
y congrega a los dispersos de Israel.
Sana a los que están afligidos
y les venda las heridas.
Él cuenta el número de las estrellas
y llama a cada una por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su inteligencia no tiene medida.
El Señor eleva a los oprimidos
y humilla a los malvados hasta el polvo.
Carta I de San Pablo a los Corintios 9,16-19.22-23.
Hermanos:
Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión.
¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere.
En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible.
Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio.
Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes.
Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión.
¿Cuál es entonces mi recompensa? Predicar gratuitamente la Buena Noticia, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere.
En efecto, siendo libre, me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible.
Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio.
Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes.
Evangelio según San Marcos 1,29-39.
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados,
y la ciudad entera se reunió delante de la puerta.
Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido".
Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermón 176, 4
El Apóstol Pablo dice: «He alcanzado misericordia (…) a fin de que Jesucristo mostrara en mí toda su longanimidad, para instrucción de quienes han de creer en él para la vida eterna» (1Tm 1,16). Cristo que iba a conceder el perdón a los pecadores, incluso a sus enemigos, que se convirtieron a él, comenzó eligiéndome a mí, el enemigo más sañudo, para que una vez sanado yo, nadie pierda la esperanza para los demás.
Esto es lo que hacen los médicos: cuando llegan a un lugar en que nadie los conoce, eligen primero para curar casos desesperados; de esta forma, a la vez que ejercen en ellos la misericordia, hacen publicidad de su ciencia, para que unos a otros se digan en aquel lugar: «Vete a tal médico; ten confianza, que te sanará. (…)También yo he conocido una situación parecida; lo que tu padeces también lo padecí yo». De modo semejante dice Pablo a todo enfermo que está a punto de perder la esperanza: «Quien me curó a mí, me envió a ti, diciéndome: Acércate a aquella persona sin esperanza y cuéntale lo que tuviste, lo que curé en ti. (…) Grítalo a los desesperados: Es palabra fiel y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1Tm 1,15). ¿Por qué teméis? ¿Por qué os asustáis? El primero de los cuales soy yo. Yo, yo que os hablo; yo sano, a vosotros enfermos; yo, que estoy en pie, a vosotros caídos; yo ya seguro, a vosotros sin esperanza». (…)
No perdáis, pues, la esperanza. Estáis enfermos, acercaos a él y recibid la curación; estáis ciegos, acercaos a él y sed iluminados. (…) Decid todos: “Venid, adorémosle, postrémonos ante él y lloremos en presencia del Señor, que nos hizo” (Sal 94,6 Vulgata).
Esto es lo que hacen los médicos: cuando llegan a un lugar en que nadie los conoce, eligen primero para curar casos desesperados; de esta forma, a la vez que ejercen en ellos la misericordia, hacen publicidad de su ciencia, para que unos a otros se digan en aquel lugar: «Vete a tal médico; ten confianza, que te sanará. (…)También yo he conocido una situación parecida; lo que tu padeces también lo padecí yo». De modo semejante dice Pablo a todo enfermo que está a punto de perder la esperanza: «Quien me curó a mí, me envió a ti, diciéndome: Acércate a aquella persona sin esperanza y cuéntale lo que tuviste, lo que curé en ti. (…) Grítalo a los desesperados: Es palabra fiel y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores (1Tm 1,15). ¿Por qué teméis? ¿Por qué os asustáis? El primero de los cuales soy yo. Yo, yo que os hablo; yo sano, a vosotros enfermos; yo, que estoy en pie, a vosotros caídos; yo ya seguro, a vosotros sin esperanza». (…)
No perdáis, pues, la esperanza. Estáis enfermos, acercaos a él y recibid la curación; estáis ciegos, acercaos a él y sed iluminados. (…) Decid todos: “Venid, adorémosle, postrémonos ante él y lloremos en presencia del Señor, que nos hizo” (Sal 94,6 Vulgata).
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